Hay algo que toda ciudad de Chile pareciera tener en común, o por lo menos, la mayoría. Es algo que también comparte “Arica, la ciudad de la eterna primavera”, y es que aún es bastante frecuente, ver que deambulan por sus calles perros callejeros que aparentan no tener dueños ni hogar. Para ciertos amos, de estos canes que llaman mascotas, aparentemente han perdido su condición de la misma, pues, no dan mayor importancia a la situación en la que dejan a sus animales, a veces a la deriva o abandonados a la suerte de la calle y sus rastrojos, algunos sin cobijo afuera de sus casas, sin agua ni comida, y por si fuera poco, se desligan de toda responsabilidad sin preocuparles si estos pudieran atacar a los transeúntes que deben jugarse la vida, a veces, para salir ilesos por alguna estrecha calle o vereda poco amplia por donde pasar. Pareciera ser que nos falta mucho aún, como sociedad, para llegar a tener esa “consciencia animal”, elevada, que construya un nuevo paradigma desde sus cimientos donde coexistan la responsabilidad animalística y la necesidad de una mascota, sin lazos más que los de mutuo amor, de mutua compañía y deseo de bienestar de ambos, que seamos conscientes de una relación fuerte y verdadera, como el de nuestras familias humanas. A pesar de que esta última década se ha ido concienciando una buena parte de la población mundial sobre la tenencia responsable de sus mascotas.
Aún así, es un deseo colectivo el que llegue un día en que ningún perrito, gatito o cualquier animalito, sufra los estragos del abandono o el maltrato por parte de un ser humano que se tilde como tal. Recordar que mal que mal, “somos animales humanos”, y nos diferencian el habla y el razonamiento que debieran primar a la hora de actuar o decidir sobre la vida de nuestros “hermanos menores”, como se les conoce o les llamamos al reino animal.
Quizás, haya que invertir un tanto de tiempo y recursos para enseñar mediante charlas, trípticos o talleres verdaderamente ecológicos, en pos de crear conciencia sobre este tema en particular, ayudando a generarla desde la educación, como materia obligada a aprender en talleres en terreno, salir a conocer la vida de los animales en su ambiente natural, experiencia enternecedora para cualquier niño y estudiante básico. Aprender in situ y de la naturaleza misma, es lo primordial en estos tiempos en que lo artificial se nos antepone como una alternativa casi imposible de rechazar. Por ello, recuperar la vida natural del ser humano y su relación con su entorno y la naturaleza se hace cada vez más necesaria. Y qué mejor ejemplo que el amor incondicional de un perro que, aunque sea callejero, nos demuestra que al final de una relación que se gesta desde el corazón humano, este ser animal nos entregará por siempre su inquebrantable lealtad.